domingo, 20 de diciembre de 2009
Cuadro 35
El búho. 50x70cm.tintas y oleos sobre cartulina.2009.
Encontrar otro mundo no es únicamente un hecho imaginario. Puede ocurrirles a los hombres. Y también a los animales.
A veces las fronteras se deslizan y se confunden, basta con estar allí. Yo presencie como le ocurría esto a un búho. Este búho es vecino mío. Jamás le he hecho daño alguno, pero tiene buen cuidado en mantenerse en la copa de los árboles, volar alto y evitar a la humanidad.
Su mundo empieza donde se detiene mi débil vista. Ahora bien, una mañana nuestros campos se hallaban sumidos en una niebla extraordinariamente espesa, y yo caminaba a tientas hacia el portón. Bruscamente, aparecieron a la altura de mis ojos dos alas marrones y enormes, precedidas de un pico gigantesco, y todo se alejo como una exhalación y con un grito de terror como espero no volver a oír otro en mi vida. Este grito me obsesiono toda la mañana. Llegue hasta el punto de mirarme al espejo, preguntándome que habría en mí de espantoso.
Por fin comprendí. La frontera entre nuestros dos mundos se había borrado a causa de la niebla.
El búho que se imaginaba volar a su altura acostumbrada, vio de pronto un espectáculo sobrecogedor, contrario para el a las leyes de la Naturaleza. Había visto a un hombre que andaba por los aires, en el corazón mismo del mundo de los búhos. Había presenciado una manifestación de la rareza más absoluta que puede concebir un búho. Un hombre volador.
Ahora, cuando me ve desde arriba, lanza unos pequeños gritos, y cuando siento, descubro en ellos la incertidumbre de un espíritu cuyo universo se ha desquiciado. Ya no es, ya no volverá a ser jamás como los otros búhos.
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